Como todos bien sabéis, hasta los pueblos y municipios más pequeños de nuestro país tienen su propia historia, generalmente acompañada de hermosos paisajes. Nuestra localidad también tiene la suya.
La intención de esta Guía Histórico-Turística es dar a conocer nuestro pueblo, Manganeses de la Polvorosa, desde la Prehistoria hasta nuestros días.
También queremos que admiréis nuestros paisajes, regados por el Éria y el Orbigo, ríos tranquilos y pausados prácticamente todo el año, pero que, en época de fuertes lluvias, nos sorprenden cargados de agresividad. Os invitamos a internaros por nuestros montes y pinares, con gran diversidad de fauna silvestre. Por otro lado, no debemos olvidar nuestras famosas Fiestas Patronales de San Vicente Mártir.
Si queréis acercaros y conocernos, encontraréis gentes sencillas y hospitalarias. No lo dudéis, venid y conoced nuestro entorno, la iglesia parroquial, el yacimiento del cerro de la Corona, el aula arqueológica y las típicas bodegas, donde podréis degustar los estupendos caldos del país y disfrutar de la rica gastronomía.
El Alcalde, Pedro Prieto Mielgo
Los Valles de Benavente forman una comarca natural situada al norte de la provincia de Zamora. Es esta una región donde convergen diversos ríos, los principales, de Este a Oeste: Cea, Esla, Orbigo, Éria y Tera. Muy cerca de la confluencia del Éria con el Orbigo y en la llanura aluvial de este último colector, extiende su caserío Manganeses de la Polvorosa. La localidad es cruzada por el arroyo del Valle.
La amplia vega del Órbigo, que llega a tener una anchura máxima entre 3 y 5 km., se extiende al sur, hacia Benavente y Santa Cristina de la Polvorosa. Manganeses se sitúa concretamente en el tramo más estrecho del valle, justamente cuando el río acaba de atravesar el paso abierto entre La Corona y El Peñón, los últimos promontorios de las estribaciones de la Sierra de Carpurias. Es esta una serranía de alineaciones cuarcíticas que se extiende desde Ayoó de Vidríales hasta Manganeses, lo que supone un recorrido de unos 30 kilómetros de longitud, separando el valle de Vidríales del Valle del Éria. A nuestra localidad llega después de atravesar los términos de Arrabalde, Villaferrueña, Santa María de la Vega y Morales de Rey. Es en Arrabalde-Villaferrueña donde la Sierra de Carpurias alcanza su cota máxima (Cerro Labrador, 1000 m.), para ir descendiendo hacia el sureste hasta los 763 de La Corona, en Manganeses y los 782 m. del Peñón, en término de Villabrázaro.
Así pues, el relieve presenta esa doble configuración de llanura y pequeña serranía, salpicado al oeste con una orografía escalonada, en varios desniveles, resultado de las terrazas fluviales. Es el interfluvio de la Polvorosa, que separa los valles del Órbigo y Tera. Unos valles que tienen un clima mediterráneo continentalizado, con unos inviernos largos y fríos, con heladas y nieblas frecuentes y unos veranos cortos y muy calurosos. La edafología es variada. Son comunes las terrazas con abundantes cantos rodados y las tierras de aluvión, mientras que las altas zonas del interfluvio están constituidas por materiales detríticos de la Era Terciaria. No escasean tampoco los suelos arcillosos, como se recoge en la toponimia: El Barrerán, Los Barriales...
La vegetación es también variada. Mientras que la encina y un sotobosque de jara, tomillo, lavanda y retama hacen acto de aparición en los montes del Mosteruelo y la Cervilla, con repoblación de pinos en la Sierra de Carpurias, en la ribera predominan las plantaciones de chopo, junto a álamos, sauces, alisos, fresnos y negrillos, estos últimos en retroceso por la grafiosis. En las orillas del Órbigo, especies arbustivas: támaras, mimbres y paleras. En la fauna, son comunes los jabalíes, que bajan del monte y proliferan al amparo de los maizales, junto al corzo, el lobo, el zorro, la liebre, el conejo, entre otros; rapaces como el águila ratonera, la lechuza común y el cernícalo vulgar, junto con cigüeñas, palomas, perdices rojas, codornices y ánatidas son también comunes, con algunas que otras pollas de agua y garzas.
La principal vía de comunicación que atraviesa el término municipal y a la que Manganeses tiene acceso es la A-52 o “Rías Bajas”, que une Benavente con Vigo; muy cerca, en Villabrázaro, esta autovía se une con la A-6 (Madrid-La Coruña). Pero la vía histórica es la que comunica los pueblos del valle del Éria con Benavente: la carretera que une esta población con Alcubilla de Nogales. Muy próxima, al otro lado del Orbigo y en término de Villabrázaro, pasa la cañada real de La Vizana, con dirección a Benavente, donde se le unía el cordel sanabrés, que atravesaba el vecino término de Santa Cristina. Manganeses se encuentra unida a esta última población por serpenteante carretera asfaltada que sigue un antiguo camino agrícola. Otros caminos, de honda raíz histórica, que se citan ya en la Edad Media, existen todavía bajo la misma denominación: del Olmo, de Columbrianos, de Requejo, de la Majada, de Valdefmjas, de Valleoscuro...
El término municipal tiene una extensión de 15,71 km cuadrados. La altitud donde se asienta la población es de 716 m. sobre el nivel del mar. Manganeses limita al norte con Morales de Rey, al sur con Santa Cristina de la Polvorosa, al Este con Villabrázaro y Benavente y al oeste con Quiruelas de Vidríales y Colinas de Trasmonte. En la actualidad, el pueblo, según datos del último censo, tiene 847 habitantes, de los que 410 son varones y 437 mujeres; ello supone un descenso de 160 habitantes con respecto al censo de 1991.
La población se dedica mayoritariamente al sector primario. Las explotaciones agropecuarias más abundantes oscilan entre las 5 y las 20 Has. Hay cerca de setenta explotaciones agrícolas. En el regadío, los cultivos principales son el maíz, la remolacha y la alfalfa y en el secano, los cereales y el viñedo. El sector pecuario se distribuye en tomo a 30 explotaciones, dominando el ganado vacuno, seguido del ovino y porcino.
Cierta importancia tiene también el sector secundario, pues en la localidad hay siete cooperativas textiles, dos empresas de construcción, tres talleres de metalurgia, una fábrica de lacados y pinturas, otra de embutidos (que es también carnicería), un molino harinero y dos panaderías. El sector servicios está representado por dos ultramarinos, una peluquería, cuatro bares y una farmacia. Hay también un consultorio médico, una escuela de educación infantil y primaria, la biblioteca municipal y un aula arqueológica.
La ocupación humana más antigua se remonta al Paleolítico Inferior. Las terrazas del Órbigo han deparado el hallazgo de industrias líticas del periodo achelense. Así lo atestiguan los hallazgos de los yacimientos de Los Llanos y El Sierro, en Villabrázaro y La Cantera Grande en Benavente. También en Manganeses se han hallado algunos útiles de este período, concretamente en la terraza a + 25 m. sobre el Órbigo, en los pagos de Valdeja y el Camino del Montico. Se trata de una industria sobre cuarcita; entre los útiles caben destacar los bifaces, los triedros y los cantos tallados.
Durante el neolítico, la explotación agropecuaria debió centrarse en tomo a los valles fluviales. Precisamente, en el vecino municipio de Morales de Rey, en la vega del Éria, quedan restos de un enterramiento dolménico en El Tesoro. Valle arriba, en Arrabalde, el Casetón de los Moros, es otra estructura megalítica, rehabilitada en los últimos años.
Durante los siglos VII y VI a. C. una comunidad agrícola y ganadera, que conocía la metalurgia del bronce, se asentó a orillas del Órbigo, concretamente en el vado que se abre entre La Corona-El Pesadero y El Peñón de Villabrázaro. El poblado estaba fortificado por una muralla de piedra y barro. En estos materiales estaban también construidas sus casas, de planta circular, situadas en torno a callejuelas estrechas, sin seguir un orden establecido. El desarrollo del poblado continuó en los siglos posteriores, extendiéndose por todo el cerro de La Corona en la época astur o segunda Edad del Hierro. Aunque continúa la tradición de viviendas circulares, comienzan a construirse otras de planta rectangular. Se observa en esta época una organización del espacio urbano, pues las casas se distribuyen en manzanas que conforman calles perpendiculares, con patios o vestíbulos empedrados.
Es posible que con motivo de las guerras entre los romanos contra los galaicos y astures el poblado fuera abandonado, como parece que ocurrió también en otros castros de la región, caso de Arrabalde. Ya en época romana, esto es, en el siglo I, tiene lugar una nueva ocupación en El Pesadero, que se mantuvo hasta mediados del siglo II. Allí se ubicó un taller de alfarero, compuesto por seis edificios y dos hornos. Este alfar, propiedad de Valerio Tauro, asistido por los trabajadores Cepalo y Matugeno, proveía de ladrillos y tejas a los núcleos de población próximos, como el campamento romano de Petavonium, en Rosinos de Vidríales y las villas (entre ellas la vecina de Requejo, donde se han hallado importantes pavimentos musivarios -hoy en el Museo de Zamora).
Situadas en las proximidades de la Vía de la Plata, el viejo camino que unía Mérida con Astorga, las tierras de Manganeses debieron asistir al trasiego de comerciantes, de viajeros y de tropas. Por esta vía, precisamente, subió Almanzor hacia Santiago y en sus proximidades tuvo lugar la famosa batalla de la Polvoraria en el año 878 a orillas del Órbigo. En ella se enfrentaron las huestes de Alfonso III contra dos cuerpos de ejército musulmanes. Uno procedía de Córdoba y había tomado el camino del norte contra Astorga y León, remontando la vía de la Plata; el otro procedía del centro, de Toledo, Talamanca, Guadalajara y otras plazas.
Pero la primera vez que tenemos noticia del nombre de Manganeses es a comienzos del siglo XI. Concretamente, en un documento fechado el 15 de febrero de 1015, el obispo de Astorga, Jimeno, dona a la iglesia asturicense una serie de villas, entre ellas Verdenosa y Manganeses. El obispo debía ser un gran propietario, pues poseía varias villas en la ribera del Eria “adonde este río se entra en el de Órbigo”. La donación de Jimeno nos confirma que nuestra villa ya existía muy posiblemente en el siglo X, pues alude a que antes de ser suya había sido de un tal “frater Abomar”. Durante los siglos siguientes continuaron las donaciones de heredades en Manganeses a la iglesia de Astorga, como la que hizo en 1068 Femando Flagínez o Hermenegildo Fernández en 1134.
Junto a la iglesia asturicense comienzan a instalarse en el territorio otras instituciones, como las órdenes militares. Así, la Orden de Santiago compra en 1190 una heredad en el término. También la Orden del Temple tuvo posesiones en el lugar.
No es ajena, tampoco, la presencia de las órdenes religiosas. A partir de la segunda mitad del siglo XII y durante todo el siglo XIII, el monasterio de Santa María de Nogales empieza su expansión por toda la comarca. Sus posesiones proceden tanto de compra-venta como de donaciones de particulares. Entre éstas, cabe destacar la importante donación que hizo al monasterio doña Aldonza Alfonso, hija de Alfonso IX de León en 1264. Entre los bienes se citan varias propiedades en Manganeses, así como otras heredades en San Pedro de Ceque y los derechos que tenía sobre las iglesias de Alija, Pobladura y La Nora. La infanta había estado casada con don Pedro Ponce de
Cabrera y las posesiones que dejaba a Nogales procedían de la carta de Ase que su marido le otorgó al hacer el casamiento. Los Ponce de Cabreran notables del reino durante los reinados de Alfonso VII, Femando II y Alfonso IX, habían contado con un fuerte patrimonio en la comarca. El conde Ponce de Cabrera ostentó el cargo de mayordomo real y tenente de Malgrat (trocada luego en Benavente tras la repoblación de Femando II).
Otros cenobios adquirieron también propiedades en Manganeses. Así lo hacía el convento de San Bernardo en 1252 tras una permuta de la hacienda que Pedro González de Penela y María Martino Rodríguez tenían en Pobladura, Villanueva y Manganeses, por otra que el convento poseía en Arcos de la Polvorosa.
De mediados del siglo XV (1445) contamos con un apeo realizado en Manganeses. De él se desprende que la propiedad de la tierra estaba en manos de grandes propietarios, laicos o eclesiásticos. Entre los primeros, destacan, entre otros, Alvar Ponce y Femando Ponce, así como Rodrigo Álvarez, maestresala. La propiedad de las instituciones religiosas se repartía principalmente entre el monasterio de Nogales y el obispo e iglesia de Astorga, pero también contaban con posesiones la propia parroquia de San Vicente y la iglesia o ermita de Santa María de Barrio de Río, el comendador santiaguista de Destriana (Valduerna), los monasterios de Santa Clara de Benavente, Santa Colomba y Santa Marta de Tera, las iglesias de San Nicolás, San Julián y San Andrés de Benavente.
Santa María de Barrio de Río debía estar, como su nombre indica, cerca del Órbigo. Es posible que su decadencia esté en relación con alguna de las avenidas del río. En el cementerio viejo queda en pie una arruinada torre de tres cuerpos, construida con mampuesto de cuarcita, acaso único testigo de aquella construcción.
El apeo de 1445 nos informa también de los caminos que salían de Manganeses, muchos de los cuales continúan existiendo en la actualidad.
Es el caso del camino del Olmo, de la Majada, de Columbrianos, de Requejo, de Valdexin (Valdefinjas), de Valle Escuro, del Valle, de Colinas, de Morales... Se atestiguan también la presencia de otras poblaciones del entorno de Manganeses, ya desaparecidas, tales como Mosteruelo, Columbrianos (cuyo abandono comenzó a mediados del siglo XV) y Requejo, que se despobló en 1685; algunos de estos lugares se citan ya en el siglo XIII.
En la Baja Edad Media, Manganeses debió pasar a señorío. El lugar fue entregado por Enrique III a Gómez Yánez de Nera, en pago por sus servicios. En 1417 lo tenía su descendiente Juan Rodríguez de Nera. Pero las dificultades económicas de éste debieron llevarle a establecer un préstamo con la villa de Benavente. En 1431, el concejo benaventano tomó Manganeses en prenda por el citado préstamo y en 1433, tras la falta de liquidez de Juan de Nera, adquirió la posesión definitiva, tras la subasta del lugar, como lo hizo con Coomonte, también señorío de los Nera. Desde entonces, Manganeses pasó a ser propiedad del concejo de Benavente, señorío de los Pimentel desde 1398. El lugar acabaría integrándose, a efectos administrativos, en la merindad de la Polvorosa. A partir de la compra de Manganeses, el concejo benaventano intentó aumentar el número de pobladores. Así, el mismo año de su adquisición se instalaron en el lugar las familias de Pero Pato, Juan de Cebrones, Alfonso Cascón, Juan de Juanes, Catalina Fernández, Isabel Juanes, La Cascona, y Pedro Batalla.
En 1528 Manganeses era el segundo lugar más poblado, junto con Villabrázaro, de la merindad de la Polvorosa. Ambos tenían 41 vecinos, tras los 56 de Morales de Rey; le seguían Santa Cristina (37), San Román (32), Arcos (30), Milles (27), Cejinas (21), Paladinos (17), Requejo (17), Fresno (15) y Vecilla (13). Como referencia, cabe señalar que Benavente tenía entonces 379 vecinos. En 1571, según relación del alcalde del Adelantamiento de León, Manganeses tenía 54 vecinos, Morales de Rey (70), Milles (42), Santa Cristina (39), Villabrázaro (37), Arcos (35), San Román (35), Fresno (22), Vecilla (20), Paladinos (19), Requejo (16). Benavente, por su parte, había crecido hasta 697 vecinos. La crisis del siglo XVII se dejó notar, pues hacia 1681 Manganeses tenía tan sólo 23 vecinos y una viuda. Otras poblaciones de la merindad de la Polvorosa habían también descendido. Así Morales de Rey tenía 28 y siete viudas; Santa Cristina (19 +1 viuda); Villabrázaro (20 + 4); Arcos (8 +1); San Román (20 +1); Fresno (13 + 2) Vecilla (13 + 2); Paladinos (10 + 3) y Requejo (11). Todavía a mediados del siglo XVIII la población no se había recompuesto, pues Manganeses tenía 21 vecinos y tres viudas.
La localidad se encontraba en la ruta que muchos viajeros seguían para llegar al monasterio de Nogales. Así lo hizo Claude de Bronseval, junto a otros monjes cistercienses franceses en 1532. En su “Peregrinatio Hispánico”, Bronseval refiere el viaje desde el monasterio de La Espina a Benavente por Villalpando y desde Benavente hasta Nogales: “Después de comer allí, salimos y, después de atravesar otro río llamado Esla por tres puentes, el primero de piedra, el segundo y el tercero de madera, oscilantes y peligrosos, cruzamos un buen valle y fuimos a pasar por una aldea llamada Santa Cristina, luego por otra llamada Manganeses. Después, al subir un montículo, encontramos unas rocas y descendimos a un valle grande y amplísimo, donde encontramos un pequeño río que nos detuvo y nos obligó a coger una senda pedregosa entre el río y los montes; la seguimos y llegamos a una aldea de nombre Gardenosa (Verdenosa)”.
La utilización de las aguas para el riego fue motivo de disputa entre los concejos vecinos. Hasta febrero de 1542 tuvo lugar un largo pleito entre los vecinos de Manganeses, Requejo, Santa Cristina y el Conde sobre aprovechamiento de aguas que bajaban del caño de abajo y salían del río Eria. Otro pleito mantuvieron Benavente y Manganeses entre 1674-1676 por la conducción del Órbigo en Sorribas. En una vega un feraz como ésta, el mantenimiento de los canales para el regadío fue una constante preocupación. En 1692, el conde daba un decreto proveyendo obras en el río Órbigo para restituir las aguas a las presas je Sorribas y Ventosa.
Perteneciente a la jurisdicción de Benavente, Manganeses, como otras poblaciones, estaba obligado a entrar en los repartimientos y derramas que se hacían desde la villa principal, tanto en dinero como en mano de obra. A título de ejemplo, baste citar su presencia en la reparación de las murallas de Benavente en 1655, en la que participaron todos los pueblos de las seis merindades (Polvorosa, Vidríales, Valverde, Tera, Villamandos y Allende el Río). A Manganeses le tocó hacerlo el 3 de mayo, prestando 24 personas provistas de palas y azadones.
En esta sociedad de Antiguo Régimen fueron comunes los pleitos por el disfrute de los privilegios. En 1632 el licenciado Francisco Diéguez Villarino, cura de Manganeses, inició un largo litigio con el conde de Benavente sobre la percepción de los diezmos hasta entonces cobrados por el conde, según relataron varios testigos de Benavente, que testificaron a favor de éste. No fue un pleito aislado. Por los mismos motivos, en 1692 litigaban varios curas de la comarca con el conde y aún en 1723 los párrocos acudían ante el provisor del obispado de Astorga.
Todos los vecinos, salvo el cura, eran renteros de tierras o jornaleros. La tierra estaba en manos de grandes propietarios laicos o eclesiásticos. También las viviendas. Hacia 1744 todas las casas de Manganeses donde habitaban los vecinos, incluida la del párroco, eran propiedad del convento de Nogales, al que los inquilinos pagaban un foro. Entre los edificios cabe señalar, además de la iglesia de San Vicente, las ermitas del Santísimo Cristo de la Vera Cruz y la de Santa Lucía, el mesón o taberna (propiedad del citado convento) y la panera del cura párroco.
La principal construcción que vio el lugar en el siglo XVIII fue la de la iglesia. A mediados de siglo el viejo templo de San Vicente se renovó por completo, llegando, como tal, hasta la actualidad.
Durante esta centuria y la siguiente el paso del Órbigo se hacía en barca. En 1799 el corregidor de Benavente disponía los aranceles que debían pagar las personas, caballerías y carruajes en épocas en la que el río iba crecido. Valga como ejemplo que una persona que pasara con una caballería cargada debía satisfacer seis cuartos y si iba descargada, cuatro. La tarifa subía dos cuartos más si se pasaba con carro. Se disponía también el paso de un máximo de 20 ovejas o cabras en cada viaje. En el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, entre los diversos pleitos que se conservan sobre Manganeses hay uno de 1785-1787, precisamente relacionado con el barquero, acusado de cometer abusos deshonestos con una pasajera, esposa del cirujano de la villa de San Esteban de Nogales.
La Edad Contemporánea se abrió con los acontecimientos de la ocupación francesa y la Guerra de la Independencia, que afectaron de manera clave a la región de los Valles. En Manganeses recogían las tropas napoleónicas diversos productos de las poblaciones vecinas. Así sabemos que en 1810, los vecinos de Morales de Rey tuvieron que llevar a Manganeses y Santa Cristina 16 libras de aceite y, después, media arroba. En el lugar debió estar asentado un escuadrón, pues algunas órdenes están fechadas aquí, como la del 15 de julio de 1811, en la que su comandante pide a las justicias de Benavente que presenten 130 raciones de pan, carne y cebada, junto con 12 raciones de pan blanco para los oficiales.
Hacia 1832, el Diccionario geográfico universal, publicado en Barcelona, informaba que Manganeses contaba con 140 vecinos y que producía trigo, centeno, cebada, legumbres, lino y poco vino. La población aumentó a mediados del siglo XIX. Según Madoz, en su conocido Diccionario, Manganeses tenía 156 vecinos y 624 habitantes, 170 casas y escuela de primeras letras dotada de 1.500 reales, a la que iban 63 niños de ambos sexos. Recibía la correspondencia de Benavente y producía trigo, cebada, centeno, legumbres y lino; criaba ovejas y cabras. Tenía una capacidad productiva de 293.600 reales; pagaba de impuestos 29.981 rs. y de contribución 9.180 rs. y 16 maravedíes. El presupuesto municipal ascendía a 1.942 reales, que se cubrían con el producto de la taberna.
La población fue en aumento. En el censo de 1910 Manganeses alcanzaba los 1.132 habitantes. De las poblaciones limítrofes, Benavente tenía 5.251; Morales de Rey, 1.182; Santa Cristina, 779 y Villabrázaro, 652. A finales del siglo XIX y en los primeros decenios del XX, Manganeses se vio afectado, como otros lugares y villas de España, por la crisis agraria. Pueblo eminentemente jornalero, donde la posesión de la tierra recaía en grandes propietarios, muchos de sus vecinos se vieron obligados a emigrar a América, no sin antes intentar poner en explotación tierras del común. Así, en 1906 vecinos de Manganeses roturaron praderas comunales, como se hizo por esos años en otros muchos lugares de Los Valles, caso de Santa María de la Vega, Santa Cristina, San Cristóbal de Entreviñas, Brime de Sog, Pobladura del Valle, Paladinos, San Miguel del Valle, Villaveza del Agua, etc... La primera década del siglo XX es la época de constitución de las sociedades obreras. La de Manganeses se dio de alta en 1909. Cuatro años más tarde, se inscribió en el gobierno civil, la agrupación socialista de la localidad. Desde Manganeses se organizó también la emigración clandestina. En 1912, la Guardia Civil detuvo a un vecino de Villardeciervos, con diecisiete individuos que se proponían emigrar. Todos los sorprendidos por la benemérita se encontraban en el domicilio de un vecino de Manganeses de la Polvorosa, que fue acusado como cómplice. Años de crisis, emigración y conflictos sociales, que continuaron hasta los años treinta, donde tuvieron lugar diversos acontecimientos de triste memoria.
En la posguerra y hasta los años setenta, aproximadamente, fueron famosas en Benavente y sus contornos las vendedoras de leche, uvas, vino y vinagre de nuestro pueblo, que acudían a la villa a lomos de caballerías o con sus carros. Aún resuenan en los oídos de la gente la célebre llamada: “¡Uvas de Manganeseeees!. Tras la segunda oleada de emigrantes a partir de 1960, la localidad, como el resto de España, asiste a la llegada de la democracia tras la constitución de 1978 y al ingreso en la Unión Europea en 1986. El tercer milenio se abre lleno de esperanzas.
La iglesia, bajo la advocación de San Vicente, aparece ya citada al menos desde 1247, cuando fray Zacome compró al matrimonio formado por Diego Fernández y María Rodrigo un linar “en termino de Manganeses debaxo la canpana de San Vicente, sito en la carrera de Requexo". La iglesia gozó de varias posesiones en el término, como se desprende del apeo realizado en 1445. Como otros templos, contó con cementerio en su entorno, probablemente hasta mediados del siglo XIX.
El actual templo se construyó a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, levantado seguramente en el mismo lugar en donde estuvo un edificio anterior. La fábrica es de sillería en las esquinas y el resto mampuesto de cuarcita. En el dintel de una de las ventanas del mediodía se lee: "Año 1776”. Las obras debieron prolongarse hasta principios del siglo XIX, a juzgar por la inscripción que hay en el exterior del ábside, bajo la comisa. En dos piedras rectangulares superpuestas se acierta a leer: “BENCIENDO JUDICIALES DISPUTAS Y ALLANANDO DIFICULTADES SE ANPLIO ESTA CAPILLA MAYOR A ESPENSAS DE SU FABRICA SIENDO SU MAIORDOMO J... MIELGO... AÑO DE 181..”.
A los pies, torre cuadrada, con acceso exterior, de tres cuerpos; en el superior se abren los vanos para las campanas. Sobre el brazo sur del crucero se levanta una pequeña espadaña; en el centro del paramento se abre un vano rectangular y más a la derecha hay un reloj de sol. El templo tiene dos puertas de acceso, adinteladas, que se abren en los muros sur y norte. En la dovela central de la del mediodía va un grabado del Calvario, con cruz y símbolos de la Pasión. El ábside de la cabecera es poligonal en el exterior y cuadrado en el interior, con vanos rectangulares.
El edificio es de planta de cruz latina, de una sola nave, con coro de madera a los pies y baptisterio que aloja una pila de granito, lisa y con pie octogonal. La nave central se cubre con bóvedas de lunetos, que llevan decoración geométrica barroca. En los arcos fajones la decoración es a base de placas, octógonos y estrellas. En el crucero se levanta cúpula sobre pechinas, de media naranja -cuadrada en el exterior-, con ocho nervios anchos, que se apoyan en repisas, reforzadas por placas. La capilla mayor lleva también bóveda de lunetos, con decoración geométrica.
El retablo del presbiterio es de traza neoclásica, aunque lleva frontón curvo partido. De un solo cuerpo, con tres calles separadas por columnas de fuste liso y capitel compuesto. En la central, se abre una hornacina, que aloja una imagen del titular de la iglesia, ataviado con dalmática, libro en la mano y parrilla, símbolo este de su pasión. En las calles laterales, imágenes de San Antonio de Padua y de San José con el Niño. Todas parecen ser obra de bien avanzado el siglo XVIII. Sobre la comisa del retablo, dos pequeñas imágenes de Santa Lucía (tal vez procedente de una antigua ermita) y San Antón, del siglo XVI.
Los brazos del crucero llevan sendos retablos barrocos, dorados y de un solo cuerpo, ambos del siglo XVIII. El brazo norte es adintelado; columnas salomónicas, con decoración de racimos y hojas de vid y otras con fustes que llevan cabezas de angelotes, flanquean una hornacina donde se dispuso la imagen de un crucificado en madera policromada, tal vez obra del siglo XVII. La imagen se complementa con un fondo sobre lienzo, que dibuja una Jerusalén a base de arquitecturas fortificadas y torres, junto con el sol y la luna.
El retablo del brazo sur es de estructura arqueada, con hornacina central de medio punto, casetones de roleos y columnas de fuste retorcido con decoración vegetal. En el muro norte de la nave central hay un Cristo, probablemente de principios de sido XVII.
La Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León abrió en 2001 una serie de aulas arqueológicas en tomo a diversos yacimientos prehistóricos, protohistóricos y romanos en los Valles de Benavente. El itinerario se bautizó con el nombre de “Ruta Arqueológica de los Valles de Zamora: Vidríales, Órbigo y Esla”. En Manganeses de la Polvorosa comienza la ruta si el viajero llega por la A-6 o A-52, después de haber pasado Benavente.
El aula de Manganeses se encuentra situada dentro del casco urbano, en las proximidades del hogar del jubilado y el polideportivo. Centra su atención en el yacimiento de La Corona-El Pesadero, importante enclave arqueológico situado muy cerca de la actual población, al río Orbigo. El yacimiento fue objeto de una extensa excavación arqueológica en el verano de 1997, con motivo de las obras de la autovía A-52 que atravesaba el río en esta zona y cuyo trazado afectaba, sobre todo, al Pesadero. Se despejó un área aproximada de 7.000 metros cuadrados y los trabajos pusieron al descubierto diversas estructuras desde la I Edad del Hierro hasta la época romana.
La exposición que guarda el aula permite al visitante realizar un recorrido por las distintas ocupaciones humanas que se sucedieron en El Pesadero. Como referencia, se muestra una maqueta del poblado, con el área excavada y hallazgos realizados. La visita se completa con paneles explicativos, fotografías, reproducciones de objetos, etc..., todo ello, con un claro contenido didáctico, reforzado por la proyección de un audiovisual.
El aula cuenta con un espacio exterior anejo, donde se recrean diversas estructuras halladas en el poblado, en concreto una casa circular de la primera Edad del Hierro y, después, el proceso de fabricación de tégulas y ladrillos en el complejo alfarero: preparación del barro, moldeado, cocción...
Las instalaciones se refuerzan con un espacio donde el visitante podrá adquirir objetos, recuerdos y publicaciones, alusivas a la Ruta Arqueológica de Los Valles, ruta que continúa por Morales de Rey, Arrabalde, Granucillo, Petavonium y Santibáñez de Vidríales.
Hasta mediados del siglo XX, aproximadamente, era el tapial la fábrica más utilizada en las construcciones. En la localidad todavía pueden verse restos de esta arquitectura en casas, algún que otro palomar y cercas de cortinas y huertas.
Una de las construcciones más arraigadas aquí, como en otros pueblos próximos, son las bodegas. Estas se distribuyen al noroeste de la población y están agrupadas en dos zonas a distinta altura: los Silos y el camino del Valle. Las bodegas de Manganeses son muy similares a las del valle del Órbigo y también del curso medio y bajo del Tera.
En su construcción se ha aprovechado una elevación de materiales arcillosos, en el que se ha hecho una excavación en picado. La tierra del vaciado es depositada en la entrada y sobre la misma bodega. La entrada lleva puerta de madera, con huecos para facilitar ventilación.
. Constan de un pasillo de acceso, en declive y el lagar abovedado, con una abertura en la parte superior: el zarcero o ventano. En el interior se abren varias cámaras o “sisas”, para situar las cubas. El lagar se comunica con el “pilo” o “lagareta”, donde cae el mosto. Dada la oscuridad, es preciso la iluminación interior que, en los últimos años, en muchos casos es eléctrica, debido a la cercanía de la población.
Cuenta también Manganeses con algunos palomares, construidos en tapial, los hay de planta rectangular y de planta ovalada. Los palomares en otro tiempo fueron una buena despensa, pues permitía a sus propietarios disponer de carne fresca a lo largo del año.
Varios fueron los molinos que, aprovechando la fuerza del agua, se ubicaron a lo largo de los ríos de la comarca de Los Valles. Muchos de ellos han desaparecido; otros han sido abandonados y han entrado en un proceso de ruina. Sin embargo, los hay que todavía resisten el paso del tiempo y de las nuevas tecnologías. Es el caso del de Manganeses, que se levanta en el cauce del Éria, en el pago conocido como el Castro, por estar a la vera de La Corona. El molino consta de dos muelas, una para linaza y otra para harina. Es de cinco caños. Los pilares son de sillería, sobre los que cabalgan arcos de ladrillo, mientras que el resto de la fábrica es de mampuesto de cuarcita y, en la parte superior, tapial.
Si de buscar la paz y el silencio se trata, nada mejor que un paseo por la orilla del río. Cualquier estación es buena para acercarse al Tamaral y disfrutar tanto de la caída de la hoja o del reverdecer de la naturaleza. Es esta una zona acondicionada para el recreo, de aproximadamente 1,5 Ha. que corre la margen derecha, desde el lugar donde se situaba la barca para cruzar el cauce, antes de la construcción del primer puente. Diversas especies vegetales contribuyen a dar frescor y sombra en los meses del estío.
Allí se encuentran sauces, chopos blancos, támaras, cupresos... Las instalaciones se complementan con barbacoas, mesas y bancos, además de un bar y otros servicios. Aquí se celebra la nueva “Fiesta del Encuentro”, donde se dan cita los habitantes de la localidad con los hijos del pueblo que tuvieron que marchar fuera, pero que en verano regresan a encontrarse con amigos y familiares. Zona de recreo y esparcimiento, es también un buen lugar para los amantes de la pesca. Las especies piscícolas son barbos, lucios, bogas, black-bass y alguna trucha.
Uno de los valores patrimoniales destacado, tanto desde el punto de vista histórico como económico, es el canal. Esta construcción lleva el agua a las tierras tanto de Manganeses como de Benavente y Santa Cristina. Su construcción data de la Edad Media, pues ya en 1542 el cauce estaba prácticamente perdido. Ese año, los vecinos de Manganeses, Santa Cristina y el Conde de Benavente, D. Antonio Alonso Pimentel, se comprometían a reconstruirlo y conservarlo. Sus aguas llegaban hasta El Bosque de Santa Cristina, finca de recreo del conde, de ahí su interés, también, en su reconstrucción. Por la avenencia se establecían, además, días de riego y contribución de cada beneficiario a su conservación. El acuerdo fue ratificado en 1750. El canal estaba excavado en el suelo, con banzoneras de tierra. Desde hace algunas décadas su trazado ha sido reforzado con hormigón.
El canal parte de la margen derecha del Órbigo y, después de recorrer varios kilómetros llega, actualmente, hasta Milles de la Polvorosa. En el mapa topográfico del I.G.C. de 1941 parte de su recorrido se señala como “caño del Bosque”.
Junto a este canal, por la margen izquierda, muy cerca del término de Santa Cristina, pero todavía en Manganeses, se abre otro canal que, desde el “Prado de la Presa” lleva sus aguas a las fábricas de harinas de Sorribas y La Ventosa, antiguos molinos harineros. De ahí su nombre, “canal de Sorribas”, aunque también aparece en la documentación como de La Cerneja y Caño de los Molinos. Su trazado, en su mayor parte, está construido con defensas o banzoneras de tierra. Este caño aprovechaba un antiguo curso del río, conocido en la documentación como la “Madre Vieja del Orbigo”, que lamía los cuestos de la fortaleza de los Pimentel en Benavente. El canal se conoce también como “ría de D. Felipe”, en alusión al antiguo propietario de la fábrica harinera de Sorribas a principios del siglo XX. Del inicio de este canal salía otro caño (como puede verse en el plano de Francisco Coello de 1863); llevaba el agua al famoso Jardín y a la Montaña que los condes tenían a las afueras de la villa benaventana, en El Tamaral.
Fiestas patronales de San Vicente. El calendario festivo de se inicia el 22 de enero, con la festividad de San Vicente Mártir, patrono de la localidad. Es esta, por tanto, una de las fiestas del ciclo de invierno. La fiesta patronal, que se sucede durante varios días, está también asociada a los quintos. De un tiempo a esta parte -que, según dicen, no se remonta más allá de los años setenta del siglo pasado- los quintos adoptaron la costumbre de arrojar una cabra desde lo alto de la torre de la iglesia, iniciando así el conocido “Salto de la cabra”, cuyas imágenes recorrieron medio mundo. La polémica costumbre parece remitir en los últimos años, sobre todo después de las presiones administrativas. Los quintos, no obstante, acuden por la tarde al "Baile de la cabra”, donde el caprino se convierte en protagonista de excepción. Dicen las gentes que la celebración del baile en estas fiestas es muy antigua, pero que, tiempo atrás, éste tenía lugar el tercer día de la fiesta; se caracterizaba por el intercambio de pareja, lo que no era precisamente una práctica habitual durante el resto del año: bailaban los casados con las solteras y los solteros con las casadas, mientras que el ayuntamiento repartía pan, vino y escabeche. El día de “San Vicentico”, tercero de la fiesta, niños y niñas, mozos y mozas y personas de toda edad y condición se disfrazan, adelantando así el carnaval.
Fiesta de San Isidro. En una comunidad agrícola como la nuestra, San Isidro es venerado, al igual que ocurre en tantos otros lugares de las comarcas de los Valles y Campos. El 15 de mayo, a las cinco de la tarde tiene lugar la procesión y bendición de campos. Hasta hace poco la Hermandad de Labradores ofrecía al pueblo un ágape a base de queso, pan, escabeche y vino.
Fiesta del Sacramento. Se celebra el domingo siguiente a la semana del Corpus Christi. Después de la misa mayor tiene lugar la procesión por las calles del pueblo, que se han engalanado para la ocasión con improvisados altares, adornados con flores, mientras que los balcones se adornan con rodaos, mantones de ramo y de manila. La corporación municipal sujeta el palio, bajo el cual camina el sacerdote llevando la custodia. Los niños que han hecho ese año la primera comunión participan esparciendo pétalos de rosas durante la procesión. También desde los balcones llueven pétalos al paso del Santísimo.
Fiesta del Rosario. La Virgen del Rosario, cuya imagen se guarda en la iglesia parroquial, es venerada en la localidad. Su fiesta tiene lugar el primer domingo de octubre. El domingo por la tarde, tras la procesión se ofrece al pueblo una pasta en el frontón, amenizado por música de charanga.
Junto a estas festividades, hay que señalar también la celebración de la Semana Santa, que se vive aquí de manera sencilla, sacándose a procesionar algunas de las imágenes de la iglesia. Comienza con el Domingo de Ramos, con procesión alrededor del templo. La noche del Viernes Santo tiene lugar, con gran recogimiento, la procesión del Silencio, con las imágenes de Cristo y de la Soledad y la mañana del Domingo de Pascua, la del Encuentro.
El 2 de febrero, día de las “Candelas”, se llevan a la iglesia las velas para bendecir, que las familias prenden en días de fuertes tormentas. En época de sequía, el Cristo de la Vera Cruz entra en novena y, al término de ésta, se le saca por las calles del pueblo para pedirle la lluvia:
Cristo de la Vera Cruz,
Creador del Cielo y Tierra,
Rey supremo de los reyes
donde todo el bien se encierra.
Os suplicamos, Señor,
nos deis agua para el campo,
grandes y buenas cosechas
y un amor, para vos, santo.
Y a vos, Virgen del Rosario,
Madre de Dios soberana,
también pídele a tu hijo
que nos mande pronto el agua.
Entre las tradiciones arraigadas en la localidad destaca la matanza del cerdo y el domingo tortillero, que es el anterior al de Ramos en el que la gente sale de merienda al Mosteruelo o a las bodegas. Es en las bodegas, además, donde se cultiva y refuerza el vínculo de amistades, pues cualquier excusa es buena para compartir vino y viandas.
Otra de las tradiciones es la colocación de los “mayos”, en la primavera. Los quintos, tras talar dos árboles altos en uno de los plantíos del común, los llevan hasta el pueblo y, después de cenar, en la noche del 1º de mayo, los colocan erguidos en el suelo, uno frente al otro, despojados de ramas, en un lugar bien visible del entorno de la plaza de la iglesia y allí permanecen hasta el último día del mes. En la copa de cada uno de ellos disponen, respectivamente un monigote o “pelele”, el uno vestido con ropas de hombre y el otro de mujer (el mayo y la maya). La costumbre de colocar el “mayo” está muy extendida en estas tierras del norte de la provincia de Zamora, así como, en general, en la Península Ibérica y en gran parte de Europa, y suele estar asociada a ritos de fecundación, a atraer el espíritu fructificante de la vegetación en primavera.
Los quintos protagonizan también la fiesta de “la Machorra”, que celebran la Noche de Difuntos, cuando salen a hacer una cuestación por las casas y recorren las calles haciendo ruido con cencerros o tocando las campanas. Lo que reúnen lo juntan y celebran una merienda de hermandad. Esta fiesta de “la Machorra” se encuentra muy extendida por pueblos de Castilla y León y por los Tras-os-Montes portugueses y en muchos de estos lugares se celebra en torno al día de Todos los Santos. En todos ellos su origen está en sacrificio y degustación gastronómica de la oveja “machorra”, esto es, aquella que nunca había parido. En la mayor parte de estas fiestas intervenían los muchachos y muchachas, lo que no dejaba de ser un rito más de iniciación a la mocedad.
Desde 1997 cuenta Manganeses con escudo heráldico y bandera municipal, diseñados por Tomás Rodríguez Peñas, diplomado en Genealogía y Heráldica. La propuesta fue aprobada por la Comisión de Gobierno de la Diputación Provincial de Zamora en la sesión del 26 de noviembre de 1997, tras el expediente remitido por el ayuntamiento de Manganeses.
El escudo es partido. En el cuartel izquierdo lleva una palma de gules sobre campo de plata. En el cuartel derecho, la torre de una iglesia sobre la que va una cabeza de cabra, todo de plata. Va timbrado con la corona real. El uso de la palma alude al martirio de San Vicente, patrono de la localidad, mientras que la testa caprina sobre el templo tiene como referencia el “salto de la cabra”.
La bandera, por su parte, es “rectangular, de proporciones 2/3, formada por un paño blanco con una rama de palma roja y dos triángulos rojos que tienen por vértice común el ángulo inferior del asta y por extremos el punto medio de la parte superior o el punto medio del batiente”.
Si con “pan y vino se anda el camino”, el viajero podrá abastecerse en Manganeses de ambos alimentos. Justa fama tiene precisamente su pan en toda la comarca. Tierra de viñedos, aquí se elaboran artesanalmente unos buenos vinos claretes y tintos que se degustan tanto en la mesa como en la bodega. Con la uva de los Valles se elaboran también unos vinos de la tierra en la vecina Benavente que se comercializan tanto dentro como fuera del país. Así que, el visitante que desee ahondar en los sabores tradicionales, podrá comenzar por un buen plato de alubias en sus variedades de “la canela”, redondilla y larga.
Entre las carnes, nada mejor que degustar un gallardo pollo de corral o el cordero de raza churra o merina, que aquí se crían hermosos y lozanos. Todo, sin olvidar los quesos, el jamón serrano y los finos embutidos. No faltan en la mesa de Manganeses los productos de la huerta, necesarios para cualquier guarnición o ensaladas: repollos de berza y coliflor, puerros, pimientos, tomates y lechugas. Ya en los postres, no deje el viajero de probar la fruta fresca de temporada: las mejores manzanas, peras, ciruelas, higos y brevas, así como las ricas mermeladas y las pastas caseras. Manjares estos que deben asentarse con los aromáticos aguardientes de la tierra.
Como es bien conocido por todos los estudiosos del tema, el occidente peninsular disfruta de una tradición especialmente rica en lo que a joyería se refiere.
En los alrededores de la comarca de "Los Valles de Benavente", dentro de un radio de poco más de 100 Kms. en línea recta, se localizan algunos de los más antiguos y reputados centros de producción de alhajas de toda España, como es el caso de Astorga, Salamanca o Medina del Campo. Los núcleos indicados albergan talleres de orfebrería y de platería abundantemente documentados desde finales de la Edad Medía, que han dado lugar a producciones muy características y diferenciadas.
No es de extrañar, por tanto, que la vestimenta tradicional de la comarca se complemente con una gama de aderezos de joyería muy peculiar, que conjuga elementos procedentes de todas las escuelas anteriormente citadas. Muchas de las piezas se continúan realizando todavía con técnicas que apenas han experimentado variación desde hace siglos, como son las empleadas para ejecutar las labores de filigrana que adornan las arracadas de calabaza o el exterior de muchos relicarios.
La investigadora de la joyería zamorana Lena Mateu Prats, según se recoge en una publicación editada hace algunos años por la Excma. Diputación Provincial de Zamora, diferencia dos zonas de aderezos a nivel provincial, delimitadas por el cauce del río Órbigo. En la margen occidental del río predominarían las piezas de plata de grandes dimensiones (arracadas de calabaza, candaos, bollagras gigantes, cristos preñados, patenas, etc.). En la orilla oriental cobrarían preponderancia las piezas finas de oro rebajado, a veces combinadas con aljófares.
En la lámina adjunta se pueden admirar algunas de las piezas más significativas recopiladas con motivo del montaje de la exposición.
1. Moza con la pechera adornada por diversas ristras de corales, agrupados conformando el denominado "Centro". Luce en las orejas grandes pendientes de candao.
2. Collar de cuentas de pasta del que penden tres medallas, dispuestas de forma alternada a la manera tradicional,
3. Arracadas de calabaza. En la parte inferior de las mismas se aprecian multitud de pequeños colgantes, que representan el espíritu santo y las lenguas de fuego.
4. Pendientes de candao de plata sobredorada, con cabujones de piedras verdes y rojas engarzados.
5. Pendientes del mismo tipo de los anteriores, aunque elaborados según un diseño diferente.
6. Duro de plata de los denominados "Amadeos" transformado en medalla.
7. Medalla de plata con imagen de una Virgen.
8. Relicario antiguo.
9. Patena de plata con figura de Cristo crucificado en su interior. Los renombrados "Cristos preñados" son piezas similares a la fotografiada, pero con la superficie central abombada hacia el exterior.
10. Conjunto de joyas y aderezos antiguos propiedad de la familia Hidalgo-Riesco, que fueron amablemente cedidas de forma temporal para la realización del reportaje fotográfico.
Rodao antiguo de estameña, de color amarillo huevo, recuperado por Mari Tere L. Querrá, El rodao se ha combinado con un mantón de tiber y un pañuelo de cabeza de lana fina en tonos granates y rosados, formando un conjunto dotado de gran calidez y armonía cromática.
Camisa bordada, manufacturada en lino muy fuerte, del que se utilizaba para hacer quilmas (las quilmas son los sacos recios de gran tamaño donde se guardaba la harina procedente de la molienda).
El mandil, bordado con lanas, además de motivos florales y de anímales, incorpora el nombre de su propietaria, siguiendo una costumbre que tuvo notorio arraigo a lo largo y ancho de toda la comarca benaventana.
El traje se completa con zapatos negros de tacón, medías de hilo blanco, un collar de cuentas de coral y unos sencillos pendientes.
Rodao antiguo de estameña, datado a principios del siglo XIX. Está engalanado con un contrastado picado en negro, complementado con adornos en rojo, de paño unos motivos, y otros de seda. Debajo de la mano derecha de la moza, medio oculta por el sobrio mandil de lana, se entrevé la faltriquera, que hace juego con el rodao.
La camisa o blusa es de seda fina color rosa palo, con lorcitas finas en los delanteros.
La moza calza zapato negro de fiesta y medías de hilo blancas. Como remate, se adorna el pelo con unas antiguas cintas de seda anchas y muy vistosas, en color anaranjado, también denominadas colonias, y luce grandes pendientes semicirculares típicos del país denominados candaos.
Se trata de un conjunto muy elegante, reservado para las ocasiones más señaladas.
Rodao negro pardo de paño un poco grueso, reciclado por su propietaria a partir de retales antiguos. La severidad del color del rodao se ha contrarrestado con la adición a la pieza de anchas cintas de terciopelo, así como con los adornos de abalorios, lentejuelas y pasamanerías que incorpora.
La fotografía permite apreciar con detalle la original faltriquera de ganchillo que luce la moza. Se trata de una pieza bastante antigua, ajedrezada en rosa y verde muy pálido, a tono con el mandil, que es de seda tornasolada en rosa.
Blusa de seda en color malva, decorada con motivos geométricos en distintas tonalidades del mismo color, y rematada con un delicado cuello de encaje blanco. Mantón de seda antiguo, bordado con motivos florales.
El atavío de la moza se completa con calzado festivo, medias de hilo blancas y cintas del pelo antiguas, a juego con el conjunto, en color rosa pálido.
Como aderezos, un collar de corales y otro de plata, de los que penden diversas medallas y cruces también de plata, al igual que los pendientes.
Cedido por Mari Tere L. Guerra
Rodao antiguo de paño fino en tono verde oscuro, profusamente engalanado con cintas de terciopelo y de agremanes, intercaladas con adornos de azabache muy bellamente dispuestos. La calidad de los aderezos descritos, en tiempos fuera del alcance de la mayor parte del paisanaje, indica que la prenda perteneció originariamente a una familia acomodada.
La moza cubre su torso con una blusa de fina seda amarilla con motivos de lorzas, que otorgan una gracia especial a los delanteros, rematada con un bonito cuello de encaje.
El conjunto se completa con un mandil de lana, pañuelo de tiber para la cabeza, zapatos negros de tacón y medías blancas de hilo.
Como único adorno, aparte de la original botonadura de la blusa, la moza luce un par de grandes pendientes de los denominados de rueda de carro o candaos.
Trajes como el reproducido en la lámina adyacente y otros similares, en el mismo tono o en color encarnado, fueron habitualmente vestidos hasta bien entrada la segunda mitad del pasado siglo por las mozas de las localidades del Valle del Eria para asistir a la iglesia los domingos y días festivos.
Cedido por familia Hidalgo-Riesco
Rodao antiguo, procedente de una localidad situada en el límite con la provincia de León. Las localidades zamoranas situadas en el área septentrional del Valle del Órbigo se caracterizan, desde el punto de vista de la indumentaria, por poseer trajes de gran riqueza y vistosidad.
El rodao es de color anaranjado, un color poco habitual en el resto de la comarca benaventana. Está confeccionado en fieltro, y adornado con piquillos azules y rojos, que enmarcan una greca muy fina picada en negro bordeada por dos estrechas tiras de cinta dorada.
Camisa galana de lino y pañuelo de seda negro, rematado por largos flecos, a juego con el mandil, también negro.
Unas anchas cintas de seda a tono con el rodao, un collar de coral y grandes pendientes de candao completan el atavío de la moza.
El mozo del recuadro pequeño viste calzón corto negro, faja de lana antigua blanca, camisa muy sencilla de tela fuerte, chaleco de estameña con detalle picado en la delantera, y al cuello pañuelo de lana de colores.
La moza que acompaña en el recuadro a los dos protagonistas de las anteriores explicaciones viste un traje oriundo del Valle del Esla, que ya fue descrito anteriormente.
Rodao antiguo, de paño de Béjar, adornado con cintas de terciopelo y motivos de terciopelo con azabaches. Mandil de tela de alpaca de lana negra profusamente bordado, muy característico del Valle del Orbigo, que complementa muy bien con el tono verde oscuro del rodao.
Camisa de lino, bordada en mangas y cuello. Sobre los hombros, mantón del ramo antiguo, confeccionado en lana de merino y bordado a mano. El motivo central del mantón es una bella ave del paraíso muy fielmente reproducida, enmarcada por grandes flores rojas y otros motivos vegetales.
La moza adorna su peinado con unas cintas de pelo antiguas, rematadas por borlas, y luce en las orejas grandes candaos de plata sobredorada adornados con cabujones (piedras preciosas, de forma convexa, pulimentadas y sin tallar) de color rojo y color verde. Sobre el pecho exhibe varias sartas de corales con piezas de plata, medallas y otros abalorios intercalados a diversas alturas.
Como calzado, zapatos negros adornados con unos vistosos lazos y medias blancas de hilo muy finamente caladas.
En la siguiente lámina la moza viste una camisa de satén negra, conjuntada con un rodao de paño fino color naranja fuerte adornado con anchas cintas de terciopelo. Se trata de una pieza original procedente de una localidad muy cercana a Benavente, que cuenta con alrededor de dos siglos de antigüedad.
Sobre el rodao, mandil de lana fina en tonos malva, adornado con pequeñas flores en púrpura y verde dispuestas de forma simétrica. Faltriquera bordada a punto de cruz, decorada con lentejuelas gordas de metal dorado color humo. La moza calza zapatos negros de tacón y medias finas caladas de hilo.
En la fotografía principal la moza adorna su cabello con unas cintas del pelo antiguas, mientras que en la imagen del recuadro recoge su peinado mediante un pañuelo de cabeza colorado estampado en colores.
En tiempos pasados, el uso de las cintas de pelo se reservaba para las mozas solteras, mientras que el pañuelo cubriendo la cabeza identificada a las mujeres desposadas.
Las únicas joyas que luce la moza en la fotografía son unos grandes pendientes semicirculares de plata sobredorada que, como ya se indicó anteriormente, reciben el nombre de candaos.
Las tres últimas láminas del catálogo se dedican a recordar los trajes de boda vestidos por las mujeres de la comarca benaventana hasta mediados del recién finalizado siglo XX. Los trajes de boda femeninos seguían un mismo patrón en toda el área, siendo muy similares, también, a los utilizados en otras demarcaciones próximas.
Como singularidades más llamativas de estos atuendos se pueden destacar su negro color, absolutamente contrapuesto al blanco que se estila mayoritariamente para vestir a las novias en los entornos urbanos desde hace mucho tiempo, y la presencia de elementos de adorno característicos, como es el caso de los azabaches o de la mantilla de rocador.
En esta primera lámina, a modo de introducción, se ofrecen cuatro aproximaciones diferentes al traje de boda antiguo o tradicional, que constituye el motivo principal de todas las fotografías que integran la composición incluida en la página contigua.
En la primera imagen se ha querido recrear la estampa de una novia acompañada por varias amigas y familiares en el día de su boda. El traje vestido por la novia retratada en esta primera fotografía se puede admirar, en todo su esplendor, en la fotografía de cuerpo entero situada en el cuadrante superior derecho de la lámina, que incluye un detalle de los elaborados adornos de su rodao.
La modelo que posa en la fotografía inferior izquierda de la lámina aparece retratada en una postura muy característica de las novias ataviadas con este tipo de trajes. Con ambas manos, sujeta las esquinas delanteras de la mantilla de rocador que luce, al objeto de mantener esta pesada prenda, de uso obligado durante la ceremonia nupcial, debidamente compuesta. En el recuadro pequeño, se ofrece una vista posterior del llamativo mantón del ramo con que se engalana la joven.
Finalmente, en el cuadrante inferior derecho tenemos otra moza ataviada con un trabajadísimo traje de boda distinto de los anteriores, que será comentado en la página 78 con el detenimiento que requiere. Mientras tanto, recomendamos que no dejen de admirar los minuciosos adornos que engalanan el rodao de este atuendo, un detalle de los cuales se ofrece en el recuadro situado al lado de la modelo.
Cedidos por Mari Tere L. Guerra, Germelina Yanes Pérez y familia Hidalgo-Riesco
Traje de boda manufacturado en paño fino. El rodao exhibe una decoración muy delicada, que conjuga apliques en cristal, azabache y nácar, agrupados en la trasera de la prenda formando flecos denominados "golpes" en el habla local (ver detalle en el recuadro inferior de la lámina).
La prenda anteriormente descrita se complementa con un jubón, profusamente engalanado con motivos de lorzas y azabaches, cuyo laborioso acabado puede admirarse en el recuadro superior de la composición fotográfica.
Debajo del jubón la joven viste una blusa de algodón muy fina, adornada con puntillas de encaje francés en cuello y puños. Sobre el jubón, cruza su pecho una elegante gabacha, aderezada a juego con el rodao.
Anudado a la cintura cuelga el mandil, elaborado en tela adamascada del mismo color que el resto del atuendo, y adornado con puntillas y azabaches.
La novia adorna su tocado con dos cintas de pelo antiguas, que aportan un ligero toque de color al conjunto.
El atuendo ceremonial se completa con unas medias de hilo muy finas y zapatos negros adornados con grandes lazos, al gusto de las mujeres de aquellos tiempos.
La ceremonia nupcial invitaba a lucir las mejores galas, por ello, la moza aparece enjoyada con dos grandes pendientes de calabaza y un collar de cuentas y corales del que penden tres medallas dispuestas según la costumbre.
La última lámina del catálogo reproduce la estampa de una pareja de novios posando el día de sus esponsales.
La joven viste un rodao de paño fino adornado con cintas de terciopelo de diversos gruesos y anchas bandas de abalorios antiguas, cuyo efecto decorativo se refuerza con pequeños toques de abalorios de color. Sobre el rodao luce un mandil de alpaca, en este caso de seda, con aplicaciones de azabache y otros ornamentos.
La parte superior del traje incluye, además de la blusa, un jubón de raso de algodón antiguo, con manga de encaje y sobremanga adornada con pasamanería y encaje de tul. Aderezos similares a los existentes en la sobremanga decoran también la delantera y la espalda del jubón.
La novia porta en su brazo izquierdo el mantón, del que se ha desembarazado para posar ante el fotógrafo, lo que permite apreciar que adorna ligeramente su tocado mediante unas cintas de pelo antiguas de color rosa.
Los aderezos nupciales de la joven incluyen unos grandes pendientes de candao de plata sobredorada con cabujones de pedrería incrustados y un larguísimo collar de azabaches, recogido en dos vueltas que cuelgan por debajo de la cintura.
El mozo luce una llamativa y original chaqueta de fiesta de franela muy adornada de terciopelos, al estilo maragato, cuyo conspicuo colorido contrasta vivamente con el resto de su vestuario, que incluye camisa galana de lino blanco, calzón corto negro y faja antigua de lana del mismo color que la camisa.
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